Desde que paso el temblor, esta quietud me empezó a abrazar, no me descobijo y me llevo hasta a tu mirada.
Ahí me mantuve, sin siquiera pensar me desvanecí en la pureza de tus mentiras, las que yo conocía verdaderas y falsas para la enredadera.
La que empezaste a tejer y no pude desenmarañar, que te dio el amanecer para no llegar al final, pretendiste crecer al volverte a mirar.
Desmejoraste la paz, empezaste a volver, te dije no estas quédate hasta allá. Que quiero seguir aquí sin saber más de mí contigo a mi lado.
No te costaba aparentar tu valentía, te despediste del miedo y te arrancaste ese día, desapareciste tu vida, la que nadie entendía.
Y ya quedaste callada a la mitad de las vías, pasan los días cual vagones y despedazan tu risa. Esa que no entregaste ni al arlequín de la tarde, ese que te hizo reír aun sin que la gracia empezase.
Que te dio la noche para paliar esa pena, que quiso esa nube acabar con tus peleas. Si no querías la tristeza pudiste avisar al cura, entregarte a las plegarias y desmenuzar una estrella.
Dejarte con su belleza, y perderte en su estela, volverte entonces cometa y dejar para siempre este estero, que mojan mis ilusiones convertidas en líquido claro alejándose de mí.
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